| Antiguamente a los engativeños se les decía “los cocolos”. El apelativo hacía referencia a la cola corta del copetón. Entonces fue cuando por el cielo engativeño comenzaron a verse otros pájaros, enormes, ruidosos y de metal, con la construcción del aeropuerto El Dorado. Llegó el escándalo y la curiosidad por ver los aviones. Surgió el plan de turistear a lo largo de la malla que encierran las pistas” (Engativá: porque los fantasmas se van con los aviones, 1993, VHS). |
Sin embargo, antes que entrara en funcionamiento El Dorado, ya por las tierras del antiguo municipio, funcionaba la base aérea de Santa Cecilia y se había comenzado a difundir la cultura de ver aviones, acogida por los residentes como visitantes de estas tierras despobladas. Al respecto, Jorge Bautista, un habitante del barrio San Joaquín comenta: “Ir a ver aviones al aeropuerto de Lansa (como se conocía al aeródromo de Santa Cecilia, por la aerolínea que usaba este sitio) era un paseo dominical, que caminábamos desde el barrio San Fernando hasta donde es actualmente el barrio Villa Luz”.
En el momento en que la aerolínea fue adquirida por Avianca, dando por concluido el campo de aviación ubicado en la actual Avenida Mutis, solo bastaron unos pocos años para la inauguración del aeropuerto Internacional El Dorado, continuando el legado de esta práctica, como dice Fernando Bautista, el hijo del señor Jorge: “Íbamos al aeropuerto El Dorado, donde nos instalábamos en unas terrazas, para poder ver despegar a los aviones”.
Aquellos días se volvieron recuerdos inolvidables para muchas bogotanas, como en la charla que brindó María del Carmen Rojas, trabajadora del barrio Santa Cecilia: “Veíamos despegar aviones desde las montañas que limitaban la pista con la calle (Actualmente corresponden a la Avenida Mutis), donde comíamos el tradicional paseo de olla, con la familia y amigos. Aquel paseo lo realizábamos 2 o 3 veces al año”.
Y a pesar de que enmallaron los límites del aeropuerto, más de uno deja su cotidianidad para ver despegar y aterrizar aviones. Aquello demuestra el patrimonio inmaterial, que todavía persiste en el territorio de la localidad 10 de Bogotá.
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Crédito Foto: Camilo Bautista







