Acompañado del sonido de sus antiguas máquinas de hacer zapatos, don Luis Carreño empezó a contarnos su historia como zapatero. Dice que empezó hace 35 años, en 1987 y que uno de sus hermanos le heredó el conocimiento. Aunque no se cree producto terminado, considera que día a día se tiene que ir actualizando; son dos generaciones más las que siguen sus pasos, su hijo y su nieto visitan su local, dice él, para aprender a sobrevivir sin depender de nadie.
Él es un vecino de la localidad de Engativá que inició su fábrica en el Restrepo y decidió migrar para este lugar buscando continuar con su legado artesanal. Es un zapatero que aún trabaja casi completamente a mano, sin ningún proceso industrializado, sin usar plásticos, sin operarios; en su taller, su esposa, su hijo y su nieto han hecho de este arte toda una ciencia.
Con orgullo, don Luis muestra sus máquinas, algunas con más de 80 años de uso, de ahí la característica especial que diferencia su taller del resto de lugares. Cuenta con entusiasmo que sus manos hacen cada par de zapatos con cariño, cada costura y cada ensamble de piezas pensadas, cortadas y armadas para que sean únicos.
“Los clientes son los que nos traen el diseño, ellos son los que dicen qué es lo que quieren, cómo lo quieren, el color, el estilo” dice; enmarcando las paredes de su negocio se ven las imágenes impresas de las muestras de esos diseños que sus clientes le llevan: “La foto se queda y el zapato se va, aquí hay parte de horas y días de mi vida” asegura.
En medio de su sabiduría y con la certeza de la experiencia, expresa que el arte de la zapatería volverá a sus inicios y algún día dejará de ser industrializado, volverá a su esencia y el trabajo a mano cobrará su valor, por eso indica sentirse tranquilo porque ya lleva tiempo avanzado en estos oficios y saberes; se rehúsa a dejarse llevar por el facilismo mercantilista que fabrica, dice, “zapatos basura”. Un par de zapatos de este maestro del arte del calzado puede costar hasta más de $400.000 pesos y muchos de sus clientes son extranjeros, esto, afirma que es gracias a su hijo que por medio de la tecnología abrió las puertas del mundo para que conocieran el trabajo de su padre, sin embargo, también le fabrica a la vecina de la esquina, a ella le arma sus diseños con la misma paciencia, dedicación y cariño como al más exigente forastero gringo.
Don Luis se despidió con la misma emoción con la que nos recibió, con el orgullo que le da ser el dueño del conocimiento puro de su arte, amo del estilo de vida que decidió vivir, dice que es el mejor arte del mundo, “hacer guantes para los pies” – “zapatos personalizados”.







